No te pierdas…

La puesta de sol en el desierto

Adentrarse en el Sáhara, el desierto más extenso y peligroso del mundo, es una de las experiencias más inolvidables que puede vivir un viajero. Tras algunas horas de marcha en 4×4, uno se encuentra de repente alejado de todo y de todos, ante un mar de dunas que van cambiando de color según el momento del día. Al caer la tarde, el sol baja lentamente, llena el cielo de fuego en un espectáculo grandioso y desaparece tras las dunas: poco después la oscuridad es total.

 

Una excursión en dromedario

Si hay un animal capaz de soportar la dureza del Sáhara, ése es el dromedario. Estos bichos gigantescos son de una resistencia asombrosa, muy inteligentes y extraordinariamente pacientes. Son pacientes con sus amos y lo son también con los turistas que se deciden a montar en ellos por primera vez. La sensación de marchar bajo el cielo azul a lomos de un dromedario, como lo vienen haciendo generaciones de hombres, mujeres y niños desde la Antigüedad, es única.

 

La salida del sol

Algo late en Marruecos justo antes del amanecer. El intenso negro de la noche (sobretodo en las zonas rurales, donde no hay tendido eléctrico) se va aclarando poco a poco y, de repente, empezamos a ver. Entonces subimos la mirada y descubrimos que el sol ya está preparado para salir, y que pronto nos calentará la cara y llenará cada casa, cada camino y cada rincón de luz dorada. En pocos minutos, oiremos la llamada a la oración del alba, y todo empezará de nuevo.

 

Comer con las manos

Es raro la primera vez. Hace tantos años que no hundimos los dedos en un plato -desde que dejamos de ser niños- que puede llegar a incomodarnos. Sin embargo, el placer de comer con las manos sigue guardado en nuestra disco duro y cuando lo hacemos resurgir, es maravilloso. Los marroquíes comen con los tres dedos de la mano derecha, y lo hacen con increíble elegancia. Solo tenemos que imitarles y comprobar hasta qué punto es útil sentir la textura y la temperatura de la comida en los dedos antes de llevárnosla a la boca.

 

Un pescado frito en Essaouria

La ciudad atlántica de Essaouria, -«la bien diseñada» según su nombre árabe-, es famosa por la calidad y la variedad de su pescado. Sardinas, calamares, langosta, lubina, mero, anguila, centollo, gambas, navajas… hay de todo, y apenas requiere preparación: un par de vueltas a la parrilla y un poco de chermoula -una sabrosa salsa a base de ajo, cilantro y aceite-, y el cielo está asegurado por un rato.

 

Dormir en una casa nómada

Dormir en una jaima en pleno Sáhara es otro de los must en Marruecos. El silencio del desierto, el silbido del viento atravesando el campamento, el inmenso cielo estrellado y la sensación de estar absolutamente solo en mitad de la nada es algo que te hace replantear algunas cosas: lo superfluo desaparece y queda solo lo esencial. Y el adictivo sabor de lo salvaje.

 

Perderse en el Atlas

A veces, la omnipresencia del Gran Desierto hace que nos olvidemos de que Marruecos es un país verde y montañoso, y que tiene en el Atlas algo similar a los Alpes… pero en grande. Ya sea haciendo senderismo, alpinismo, una ruta en bicicleta o una marcha en 4 x4, en el Atlas veremos picos de más de 4.000 m de altura, glaciares, ríos de agua limpísima, cascadas y valles donde las condiciones de vida de sus habitantes nos devuelven a lo auténtico.

 

Los olores y colores de las ciudades

Marruecos es un paraíso para los cinco sentidos donde reinan los olores y donde las ciudades cambian de tonalidad según les dé la luz. Desde Chaouen, «la ciudad azul», hasta la Ciudad Roja de Marrakech pasando por los tonos tierra de los encurtidores de Fez, cada medina invita a descubrir sus colores y las infinitas esencias que encierra: a mar, a especias, a cuero, a flor de azahar, ¡amono!, a cedro, a cordero, a menta…